jueves, 15 de octubre de 2009

Las reliquias (Microrrelato)

El maestro pidió a su discípulo que buscase dentro del gran cofre una aguja con la que poder coser un remiendo a su corazón.
Entonces el discípulo fue al gran cofre, lo abrió, se puso a rebuscar, y sacó una lágrima de payaso, un pétalo marchito de rosa, un miedo de niño, un compendio de mentiras, un espejo roto, una foto quemada, un copo de nieve, una insinuación de mujer, una pluma de ángel caído, un ojo de cíclope, una carta cerrada, una epopeya inacabada, un hueso de santo, un rayo de luna, una confesión terrible, un pajarillo muerto, un suspiro de gigante, un mechón del pelo de Dios, una campanilla afónica, una expresión sin rostro, un pañuelo húmedo, una ampolla de veneno, un cetro de faraón, unas gafas mal graduadas, una inspiración divina, una oración pagana, un cristal opaco, una pesadilla bañada en sudor, un ulular de búho, una uña de gato, una maqueta del cielo, un muñeco manco, una peluca desaliñada, una melodía para sordos...
Y justo cuando desistió de buscar se pinchó con la aguja sin darse cuenta, y se fue desinflando poco a poco, derramando por un microscópico agujerito su alma, hasta que, mucho tiempo después y estando ya en los huesos, la tenue, cálida, suave y acogedora luz de las lámparas del monasterio fueron desecando su cuerpecito de desalmizado hasta convertirlo en una momia en vida.
El maestro terminó por coserse la herida con la espina de una sirena; pero no tardaría en sufrir fuertes fiebres y en morir a causa de la infección.

Su corazón fue embalsamado y guardado dentro del gran cofre, junto al resto de las reliquias olvidadas.

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