sábado, 17 de octubre de 2009

El ciclo del Hombre (Microrrelato)

El fuego de las fraguas se reflejaba en la broncínea piel de los herreros.

A cada golpe en el yunque sus monstruosos cuerpos vibraban; vibraba incluso la tierra que pisaban, y toda la tierra que pisaba otra mucha gente que nada tenía que ver con el Hierro, rey violento de la Humanidad.
Todo el mundo se encerraba en sus casas cuando el sol se ocultaba tras los montes, momento en el que aquellos cuerpos sudorosos y gigantes salían de las herrerías, pasándose la noche entera merodeando por las calles y observándolo todo con una expresión furiosa y unos ojos encendidos como brasas candentes. ¡Ay del insensato que no estuviera a resguardo de los herreros una vez que la luna ya hubiera emergido! Porque estaba condenado a morir en el fuego de las fraguas.

Un día el Hierro fue derrocado, y los herreros tuvieron que exiliarse. Las chimeneas de las herrerías dejaron de llenar el cielo de enfermedades; las calles volvieron a llenarse de gente a la noche, y los niños empezaron a jugar alrededor de unas fraguas ya frías y abandonadas.
La tortura se tornó sonrisas, y la miseria, felicidad.

Comenzó así otra vez la Edad de Oro. De nuevo arrancaba ese ciclo vital condenado a repetirse eternamente.

La Edad de Hierro y los herreros terminarían volviendo tarde o temprano.

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