martes, 27 de octubre de 2009

Fugacidad (Microrrelato)

Era inmensamente pequeño. Se había tumbado en la toalla para tomar el sol pero, al despabilarse de una breve cabezada, comprobó que de forma misteriosa se había vuelto realmente diminuto. Tanto, que a su lado los granos de arena parecían inamovibles rocas, y la más leve de las brisas le arrancaba del suelo como si se tratara del más cruento de los huracanes.
Ser personita tan pequeña no era nada fácil. Mucho desierto, poco alimento; continuamente tenía que lidiar con hormigas y avispas. Para defenderse utilizaba una astilla como lanza, y logró hacerse un camastro con una de las muchas colillas que salpicaban la playa, durmiendo todas las noches ahí, a la intemperie.

De vez en cuando el mar depositaba sobre la arena negros pegotes de alquitrán: Para nosotros son solo una molestia en el pie si los pisamos, pero para él eran trampas letales. En cierta ocasión se quedó pegado en uno de ellos y por poco no consiguió salvarse.

Una mañana, al despertarse, comprobó que un arquitecto anónimo había levantado a su lado un inmenso castillo. Pronto se hizo dueño de él, se coronó rey del lado oriental de la playa y sometió a todos sus habitantes. Las hormigas y las avispas dejaron de ser un problema y pasaron a conformar un poderoso ejército (tropas terrestres y fuerzas aéreas), con el que guerreó incansablemente, buscando expandir las fronteras de su reino.
Solo las Tribus de los Escarabajos, vecinas inmediatas de sus territorios, opusieron cierta resistencia a su avance; mas terminaron siendo sometidas después varias campañas que demostraron el genio militar del monarca y que sembraron las arenas de innumerables cadáveres.

Tras ello el avance fue rápido e imparable. En muy poco tiempo logró conquistar la totalidad de la playa, que quedó arrasada debido a su falta de clemencia. Comunidades enteras fueron masacradas o reducidas a la esclavitud. Las lombrices fueron desterradas a territorios secos en donde sucumbieron muy pronto. Al regresar victorioso a su castillo adquirió el título de Rey de las Cuatro Partes del Universo, se hizo proclamar Dios encarnado, y empezó a concebir la construcción de un grandioso palacio digno de su persona.

Pero ya hace tiempo de todo esto.
Las olas lamieron el castillo hasta deshacerlo por completo; las obras del palacio nunca llegaron a comenzar; se dice que el monarca murió a manos de sus propias tropas.
El palo de un helado, que anteriormente se irguió cual inmenso monolito, recuerda los principales hitos de su reinado. Ahora se encuentra semienterrado, pero tampoco tardará mucho en desaparecer. Quizá en la próxima marea.

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