lunes, 12 de octubre de 2009

Envidia insana

El rey ha descendido de su coche embutido en su impoluto uniforme militar; rápidamente le han rodeado, solícitos, innumrables lacayos sonriendo y diciéndole cosas que, seguramente, debían ser tremendamente bonitas a sus oídos. Cuando ha terminado el acto ha vuelto a su impresionante automóvil y, rodeado de su guardia real a caballo, se ha dirigido al palacio real para la recepción...
La verdad, contemplar todo eso me ha llevado a sentir una envidia insana hacia él. ¡No me lo reprochéis! Soy símplemente un humano, y como tal, tengo mis pequeños defectos.
Rápidamente he meditado: Yo soy español, como el rey. ¿Y por qué no tengo también un Rolls Royce de los años cincuenta?¿Por qué no me rodean hombres a caballo, tocando tambores y cornetas, cuando voy por la Castellana? Y quiero una casa como la suya, o al menos una que me cueste más de cuatro millones de euros, como la de su hijo. Y, claro está, no hay que olvidar el palacio en Mallorca (aunque en cualquiera de las otras islas me valdría). Quiero también un barco de regatas, una tripulación para el barco de regatas, y todas las cosas ricas que seguro que come. Quiero, además, que mi hijo tenga el futuro resuelto nada más nacer y que mi hija termine siendo la directora de una importante Fundación.

Quiero ser un anacronismo acomodado que se nutre y aprovecha del futuro de millones de españoles. El saberlo debe provocar un reconfortante cosquilleo en el estómago.

Cuando vaya a la feria del libro, quiero que todo el mundo se aparte a mi paso y deje las casetas vacías para mí y solo para mí. Cuando se case mi hijo (Ese que ya tiene el futuro resuelto nada más nacer), quiero que lo haga en la Almudena, arropado por cientos de dignatarios, y que corten la Gran Vía para que pueda pasar sin contratiempos el cortejo nupcial. Por supuesto, la boda deberá ser retransmitida por la Uno.

Quiero que mi rostro apareza en las monedas de uno y dos euros; que tenga a mi disposición un avión enorme para cuando tenga que viajar; que pueda organizar caras recepciones para tratar temas banales, y que pueda utilizar para ello cualquiera de los muchos palacios patrimonio de todo el mundo. Ya sabéis, esos a los que cualquier siervo debe pagar si desea entrar.
Aunque... En el fondo, si lo pienso bien, no me da tanta envidia. Sería tan cansado y tan molesto tener tantas cosas... Mejor que se quede él con ellas, que ya estará acostumbrado.
Yo ya soy inmensamente feliz rodeado de mi familia y amigos, con mis libros, con mi pisito de Vallecas, y con mis comeduras eternas de cabeza. No necesito nada más en mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario