domingo, 15 de noviembre de 2009

El obús (Microrrelato)


Soy un obús.

Unas manos mugrientas y anónimas me metieron en un cañón.

Ahí dentro se respiraba todavía el calor producido por el anterior disparo, que había destruido un colegio.

De pronto sonó una detonación ensordecedora, el cañón me escupió con violencia, y alcancé una velocidad tan brutal que todo el paisaje a mi alrededor se difuminó y terminé finalmente perdiendo la conciencia. Todo esto no duró más de tres o cuatro segundos.

Cuando recuperé el sentido comprobé que me rodeaba la devastación.
Los rayos del sol que llegaban hasta mí lo hacían con un brillo mortecino, intoxicados por una nube de escoria.
Un cadáver yacía a mi lado.
Sus ojos abiertos parecían clavarse en mí.

Aunque la muerte seguramente le habría pillado por sorpresa, las facciones de la víctima parecían dibujarme una expresión de reproche.

En cierta manera, la muerte de aquel hombre y la destrucción de aquella casa había sido culpa mía.

El suelo empezó a temblar. Era el desfile, que volvía a repetirse, recorriendo una nueva ciudad arrasada.
Los tanques pasaron machacando los huesos de los vencidos, y los soldados exhibieron sus uniformes cortados con el patrón de la ira y el odio.

Un misil apareció sobrevolando el cielo.
Impactó contra el sol, hiriéndolo de muerte.
Se tiñó de rojo y empezó a llover gruesas lágrimas de sangre. Un gran pedazo del astro rey terminó desgajándose, y cayendo sobre el océano, haciéndolo entrar en ebullición.

Cundió la anarquía entre las formaciones de soldados que desfilaban.
Vestidos de negro, como si fueran hormigas, se esparcieron desordenadamente por las calles, adentrándose aleatoriamente en los edificios que todavía se mantenían en pie.
Se oyeron gritos,
y frases desgarradoras,
y súplicas,
y expresiones de impotencia,
y muchos últimos suspiros,
y llantos de niños pequeños que ni en pesadillas habían vivido tanto terror, que no comprendían lo que pasaba, que llamaban a sus padres sin obtener respuesta, que sufrían sobre sus carnes la furia llameante del enemigo.

Ya avanzada la noche se hizo el silencio.

La ciudad,
moribunda,
respiraba con dificultad.

Ni una luz rompía la viscosa oscuridad que lo cubría todo.

La Luna, muerta del miedo, no se atrevía a salir del todo, y se asomaba por el horizonte, tan solo para observar y horrorizarse.

Los ojos del cadáver, turbios, acuosos, parecían todavía mostrar algo de vida. A lo largo de la noche su expresión de reproche fue perdiendo intensidad, hasta que me perdonó del todo.
Tras ello, convivimos juntos muchos días, muchas semanas.

La reconstrucción de la ciudad se llevó a cabo con mucha paciencia y mucha resignación. A mí terminaron reciclándome, fundiéndome, convirtiéndome en una hermosa jardinera.
Era ahora un cañón que lanzaba salvas por la paz con aroma a jazmín.

(Buscando de nuevo la inspiración en la música, he probado con la misma canción que me ayudó a escribir el relato perdido de Nero, y he escrito esta pequeña ensoñación. La canción es Music for a nurse, de Oceansice. Puedes escucharla en http://www.youtube.com/watch?v=KGjTKwAmpEU)

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